Hay
datos que fácilmente se identifican como positivos o negativos en sus primeras lecturas.
Pero hay otros, que debido a la complejidad que guardan sus análisis, no se
hayan en ninguna categoría: pues conservan en sí mismos la contradicción. Y un
claro ejemplo de ello es revelar que en Rosario durante la última dictadura
militar no hubo ningún periodista desaparecido, ni que haya sufrido algún tipo
de persecución o tortura, según declaraciones de la periodista Alicia Simeoni,
delegada del Sindicato de Prensa y ex correctora de La Tribuna y Rosario
durante el proceso.
En una
interpretación profunda de esa información se desprenden dos aspectos a
destacar: por un lado, la alentadora noticia de no encontrar nombres rosarinos
en el listado de los 108 trabajadores de prensa desaparecidos en el país, en
los cuales sí se contabilizan algunos periodistas de la ciudad de Santa Fe. Por
otra parte, el resabio que deja a la autocrítica de cada periodista por no
haber publicado la verdad durante esos años.
“Es bueno
que no haya desaparecido ningún comunicador local. Las facultades en cambio sufrieron
desapariciones de docentes y alumnos, hemos perdido grandes profesores en la
Escuela de Comunicación. No sucedió en los medios porque ninguno se arriesgaba
a publicar información en contra de la dictadura”, se explayó Simeoni.
Por
aquella época, los diarios actuaban paradójicamente como lugares de protección
para los periodistas. Los matutinos y vespertinos no eran ninguna preocupación
para los militares porque cada una de sus noticias estaba fiscalizada. Según
Simeoni, todos los comunicadores de entonces sabían que la información y
opinión dentro de La Tribuna
estaba “muy bien controlada”. A propósito, agregó que aquellos pocos trabajadores
osados que se atrevían a militar en un partido ó protestar en contra del
régimen totalitario, lo hacían por fuera del diario y a través de acciones
clandestinas.
“En ese
período tenía muchos compañeros de derecha en La Tribuna. Me acuerdo de dos de
ellos: uno de apellido Swing y el Pollo Palacios, actualmente dibujante de La
Capital, a los cuales les tenía mucho temor por las acciones que podían llegar
a tomar si se enteraban que yo era estudiante de Comunicación y que
militaba en la Juventud Comunista”,
completó la trabajadora de prensa.
Por su parte, el periodista Oscar Bertone reforzó los dichos de su colega Alicia: -“En Rosario no vas a encontrar ninguna amenaza, desaparición o tortura hacia un periodista porque nadie publicaba nada peligroso que llegara a incomodar a los militares. Durante esa etapa todos los diarios locales estaban alertados de lo que se debía escribir: implícitamente había un consenso mediático y una postura periodística de absoluto silencio”.
Por
aquellos difíciles años, la realidad estaba plenamente divorciada de la prensa.
Simeoni rememoró con impotencia las persecuciones que sufrían las facultades y
colegios, que nunca llegaban a reflejarse en las páginas de los periódicos. Por
entonces, era natural ver intervenciones en las universidades y hostigamientos
militares hacia los estudiantes y profesores rebeldes.
“Nosotros,
los alumnos de Comunicación, en las innumerables huidas de los militares,
pasamos de Humanidades a Ciencias Agrarias y luego al Normal 2. En esa escuela
hicimos una asamblea y nos echaron. Por eso, terminamos en la Facultad de
Ciencia Política y Derecho, frente al Comando Radioeléctrico (hoy el Museo de
la Memoria). Allí entraban cuadrillas de militares y paramilitares, y nos
hacían tirar al piso en el medio de las clases. Nos decían que no nos
moviéramos, buscaban a personas puntuales y se las llevaban”, concluyó Simeoni
como síntesis de las dos realidades que el terrorismo de Estado había
implantado en el país.
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