Por Nicolás Lovaisa.
La tragedia del
ferrocarril
Por Nicolás
Lovaisa.
La huelga lleva
ya varias semanas. Los ferroviarios de Laguna Paiva, la “ciudad del riel”, se
refugian en islas de la zona. Así evitan ser capturados por la policía, que los
busca para obligarlos a retomar sus funciones. El conflicto comenzó en 1960 y
se agudizó en octubre de 1961, cuando el presidente Arturo Frondizi clausuró
algunos ramales y decretó el despido de 171 paivenses del Ferrocarril General
Belgrano, a través de la
implementación del Plan Larkin. Los trenes están paralizados. Por primera
vez en mucho tiempo escasea la comida en las casas de los obreros. La solución
que encuentran es la pesca: durante la noche, los jefes de familia vuelven a
sus hogares, con mucho sigilo, para dejarle sábalos, dorados, que les permitan
pasar el mal momento a sus seres queridos.
El 11 de
noviembre, durante la sagrada siesta, se escucha el silbato de un tren. “Es una
diesel”, dice Mercedes, hija, hermana y esposa de ferroviarios, que reconoce de
inmediato la formación que se acerca. “Es una burla”, grita Zunilda. Son las
14:15 horas y cuando llegan a las vías ya son miles las personas que a
ladrillazos e insultos intentan detener la marcha de la formación. “No lo dejen
pasar, hagan lo imposible porque perdemos la huelga”, se escucha. Las mujeres
ven los durmientes al costado de la vía y no dudan: con un esfuerzo descomunal
logran cruzarlos en el camino del maquinista, un obrero que decidió romper la
huelga, que ahora se ve obligado a frenar. Cuando lo hace, le colocan
durmientes atrás, para que ya no pueda moverse. Uno de los 18 policías a bordo
abre fuego contra el pueblo que se resiste al cierre de los ferrocarriles y,
por ende, a su virtual desaparición. “Eso nos enloqueció. Cuando le pegaron el
tiro a Gómez y Oliva, y los vimos caer, nos enloquecimos. Éramos jóvenes y no
nos importaba nada”, recuerda Nilda, una de las protagonistas de aquella
jornada.
Los medios más
importantes de la región, al otro día, encabezarán la noticia con “el
desarrollo de los hechos según la policía federal”. En un recuadro quedarán
los heridos, Abel Gómez y Orlando Oliva, que fallecieron tras la brutal
represión de la Federal. Cinco décadas tardaría la ciudad en reconocer la
valentía de aquellas mujeres que encabezaron la lucha de “la Paiva
heroíca”.
La ciudad ferroviaria
Laguna Paiva fue
fundada el 5 de junio de 1913. Los talleres ferroviarios fueron inaugurados el
16 de junio de 1915, por lo que la vida de sus habitantes estuvo atravesada por
el tren, por esa identidad, por la “cultura del trabajo”. Se llegaba al mundo
laboral a muy temprana edad, en un proceso que para el obrero era lineal y
ascendente. Ser ferroviario era un orgullo, era una expresión de pertenencia a
una profesión que tenía, en ese momento, una fuerte legitimidad social. Casi la
totalidad de los paivenses estaban relacionados, de manera directa o indirecta,
al ferrocarril: como maquinistas, en los talleres reparando coches o fabricando
piezas, custodiando las vías o en tareas de mantenimiento de la estación.
Los números
dejan en claro esa situación: según explica Matías Rodeiro en “Vías Argentinas,
ensayo sobre el ferrocarril”, en 1961 en la ciudad había 12.536 habitantes, de
los cuales 1740 eran empleados ferroviarios. En 1986 quedaban 1051 obreros
trabajando en el sector. En 1991 el censo precisó que en Paiva vivían 11.926
personas. El menemismo arrasó con lo que quedaba: de la mano de la
privatización y el cierre de ramales la ciudad se sumergió en una profunda
crisis de la que aún intenta salir. “Nos vinieron a decir, entonces, que formemos
una Cooperativa. Vino José Pedraza (condenado
a 15 años de prisión por el asesinato de Mariano Ferreyra) y nos dijo que
no íbamos a ser más empleados, sino dueños“, cuenta un ferroviario que prefiere
no dar su nombre. El discurso neoliberal que equiparaba lo estatal con lo
inservible y lo contraponía contra el éxito de lo privado caló hondo en Paiva.
La realidad fue difícil de afrontar: “Cobraba y tenía vacaciones. Después de
eso pasamos al Plan Jefes y Jefas de Hogar, que nos humillaba pero era nuestra
única salida, mientras teníamos que mandar a nuestros hijos a comedores
escolares”, recuerda José.
El tejido social
comenzó a desintegrarse. Lo explica claramente Florencia Schkolnik en “Vías
Argentinas…”: “El tejido se entramó en base al trabajo, no sólo como actividad
genérica sino como formador de identidad. Esa trama tendida al costado de las
vías quedó deshilachada con el cierre de los talleres ferroviarios. Los paivenses
continúan pensándose como miembros de una entidad que supo ser colectiva y que
hoy, crisis de por medio, perdió aquella mítica unidad”. Schkolnik agrega que
en las ciudades ferroviarias “quedaron hombres y mujeres sin ocupación,
quedaron máquinas en suspenso, desheredados adolescentes y niños, comunidades
espectrales, fantasmas sin riel”.
“Hoy los chicos
buscan una salida laboral rápida. Y cerca de Paiva están la cárcel de Las
Flores y la de Coronda. Guardiacárcel, policía y docente son algunas de las
opciones. Los chicos que pueden estudiar alguna carrera universitaria,
habitualmente no vuelven”, cuenta una maestra que se jubiló en 2011, año en el
que, según el censo, la ciudad contaba con 11.405 habitantes: 1131 menos que en
1958 y 521 menos que en 1991. Los ferroviarios pasaron de 1740 en 1958 a cerca
de 150 que integraron la Cooperativa de Trabajos Industriales de Laguna Paiva.
Hoy son 180 que trabajan para el grupo EMEPA, ante la venta de Cotilpa.
La devastación
de Laguna Paiva fue lenta, pero demoledora. No tuvo prisa, pero mucho menos
pausa. Aquella huelga de 1961, con las
mujeres levantando durmientes para impedir el paso de una locomotora, fue
una gesta heroíca que durante mucho tiempo fue silenciada. La lucha del pueblo paivense,
de una valentía inconmensurable, fue una pequeña victoria que, sin embargo, no
pudo doblegar el proceso de destrucción del ferrocarril, que ya se había
iniciado. “Secuestren el tren, secuéstrenme, no me dejen ir, porque este tren
se va y no vuelve más”, fueron las palabras del ferroviario que hizo el último
recorrido en “la ciudad del riel”. Conocía, casi como ningún otro, el destino
que le esperaba a su ciudad ante el avance neoliberal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario